02

Nov

2024

Día de Todos los Santos: un hábito noble del corazón

El ser humano usa su gran capacidad investigativa y reflexiva para descubrir los distintos misterios de su existencia, así se siente más seguro en la certeza y no en la incertidumbre. Pero, hay algo sobre lo que tiene pleno convencimiento e, igualmente, le causa dolor y angustia: la muerte.

Por Paola Celi. 02 noviembre, 2024. Publicado en el diario El Peruano, el 2 de noviembre de 2024.

La muerte es abrupta, dolorosa e inevitable; por eso, a lo largo de la historia, el hombre ha buscado distintas formas de lidiar con ella.

¿Cuán importante es para la humanidad el ritual de acompañar a un ser querido hasta “su última morada”? ¿Cuán importante es acercarse al cuerpo inerte para despedirse? De todos los tristes recuerdos que nos dejó la pandemia, la imposibilidad de velar a nuestros muertos es uno de los que más nos duele. En este contexto, pudimos sentir, más de lo habitual, la necesidad del velorio y del entierro en comunidad para poder sobrellevar la muerte.

Sin el ritual de sepultura sentimos, incluso, que se le resta dignidad a la persona muerta. En Antígona, la famosa obra de Sófocles, ella enterró a su hermano Polinices, yendo en contra de las órdenes su tío, el tirano Creonte, quien había decretado que el cadáver quede tirado, para que se corrompiera y sea atacado por los animales. Ella estaba determinada: “yo me voy a cubrir de tierra a mi hermano amadísimo hasta darle sepultura”, porque sin importar los riesgos de su decisión: “ninguno puede ser tan grave como morir de modo innoble”.

Sin embargo, las tradiciones del hombre van más allá del entierro: visita a sus difuntos, hasta cuando le sea posible, en el día de su deceso, en su cumpleaños o el Día de Todos los Santos. Este último es, claramente, un hábito noble (sublime) del corazón*, una fecha especial para celebrar la prolongación de la vida después de la muerte por medio del recuerdo y las visitas a los sepulcros.

Para Higinio Marín (2006): “Evitar que los restos y los recuerdos se dispersen hasta perderse es dar sepultura: velar su identidad depositada en recuerdos y su cuerpo convertido en lugar”. La sepultura es propiamente humana. El hombre es el único ser vivo que instaura y, además, cuida y mantiene la morada de los fallecidos, porque “tras la muerte todavía nos cabe hacer algo por los muertos: llorarlos, enterrarlos, resistirnos a la dispersión de sus restos y de sus recuerdos” (Marín, 2006).

Por otro lado, si la muerte es inercia, oscuridad y dolor, el Día de Todos los Santos es movimiento, color y agradecimiento.

Movimiento porque la gente se desplaza de un cementerio a otro, de una ciudad a otra para llegar a donde están sus difuntos; y, también, por el gran comercio generado en estos días especiales (1 y 2 de noviembre): servicio de limpieza de tumbas, venta de arreglos florales, velas, comida típica y dulces como los tradicionales “angelitos”.

¿Acaso ha encontrado el hombre en el color y el movimiento una forma de lidiar con la oscuridad de la muerte? Así parece. También en México, en el Día de Muertos: “Los puestos de los mercados bulliciosos venden calaveras decoradas hechas de azúcar o chocolate, mientras que el papel picado en formas delicadas adorna comercios y restaurantes. En las casas de todo el país las familias colocan cuidadosamente fotografías de sus antepasados en un altar junto a velas y un pan tradicional mexicano, mientras el copal llena el aire. En los escaparates de las florerías se alinean los cempasúchiles recién cortados” (López, 2024).

Mexicanas o peruanas, estas fiestas son, sobre todo, días de agradecimiento. Agradecimiento por haber sido yo el elegido para pasar parte de mi vida con otra persona que, aunque ya no está, fue tan importante que sigo recordándola con una flor en su tumba y una película de recuerdos en mi memoria.

Higinio Marín (2023) afirma: “El agradecimiento surge de una manera nuclear de la experiencia de la conciencia en la que la vida misma comparece como un bien y, solidariamente, como deuda”. Ese bien es un padre, una madre, un hermano, un hijo… que nos fue dado y que, ahora recordamos con gratitud yendo a donde descansan sus restos, una visita simbólica que nos recuerda lo que fue una convivencia entrañable.

¿Y qué hay de la tristeza? Es probable que se sienta de manera más intensa en el Día de Todos los Santos. Quizá nos consuele la siguiente pregunta: ¿hubiésemos preferido no conocer a nuestros seres queridos con tal de evitar el dolor de perderlos?

(*Hábitos del corazón es una expresión tomada del filósofo Higinio Marín)

Comparte: